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EL PANDEMILLOSO (DE PANDÉMICO Y MARAVILLOSO) 2020 Y LA TRANSFORMACIÓN COVIDIANA

 

Claudia Patricia Pontón Barbosa

Docente de Transición 6 - JT

 

El 2020, su llegada estaba llena de expectativas, cábalas, temores, en mi familia emoción por la llegada de mi primer nieto, que, aún sin nacer me tenía el corazón lleno de sentimientos hermosos, me sentía desbordada de amor. Ya quería tenerlo entre mis brazos.

 

54 años y siempre las cosas transcurrían con naturalidad dentro de lo cotidiano y algunas sorpresas de esas que no esperas (por eso son sorpresas) bonitas o feas…  En el mes de enero se empezó a escuchar algo sobre una enfermedad, rara, nueva, mortal y peligrosa, altamente contagiosa que invadía a Wuhan, un pueblo no muy grande en la China y rápidamente se extendió a todo el país; empezó a morir mucha gente. Tristes eran las noticias y si, preocupantes, pero yo estaba en acá en mi bella Colombia, esperando el día del reencuentro con mi hija. Por fin viajé el 1 de febrero, Juan Lorenzo nación el 5 a las 10:25 de la mañana. Lo tuve en mis brazos a las 3:10 pm…por fin y la vida cambio de color...

 

Pasó el primer mes y un poco más, de la llegada de Juan Lorenzo cuando se escuchó la siguiente noticia: “Tras los elevados casos de contagio del nuevo coronavirus la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha pasado a calificar al brote como pandemia. Así lo ha declarado su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus, en rueda de prensa. No obstante, ha señalado que esta “es una palabra que, si se usa incorrectamente, puede causar un miedo irrazonable o una aceptación injustificada de que la lucha ha terminado”, ha advertido. Respecto a esta nueva situación, ha asegurado que “no cambia lo que está haciendo la OMS, y no cambia lo que los países deberían hacer”.[1]

 

Fue ahí cuando realmente la vida cambió o cuando por fin aterricé, el mundo entero estaba envuelto en pánico, se cerraron fronteras, los países no permitieron más vuelos (cerraron aeropuertos), las ciudades estaban vacías, las personas trabajan desde casa, la casa se volvió oficina, escuela, almacén. Las terminales del metro, del Transmilenio, del SITP, taxi, el sistema de transporte que fuera, en cualquier lugar del mundo quedaron vacías, ya no había gente empujando, esperando el siguiente para poder subir. No, simplemente el Coronavirus, alias Covid-19 llegó para reinar y para quedarse por quien sabe cuánto tiempo, llegó para acabar con lo cotidiano, para romper la rutina; llegó para sacudir a la humanidad. Quedaron familias separadas por el cierre de fronteras (yo con mi hija, mi nieto pero lejos de mi esposo, mi hija y mis padres. Qué decir de mi hijo, lejos de todos).

 

Ahí empecé a contar cada día, cada minuto que Dios me ha regalado de vida. Me sentaba en la silla verde menta, en el balcón del apartamento piso 34, con mi nieto en las piernas, mirando con mucha atención, todas esas maravillas que tenía al frente: el mar, el cielo azul y ese aire más limpio y raro (por lo limpio) cada día, como no había ningún tipo de embarcaciones y mucho menos el temible y dañino ser humano, el mar se convirtió en el territorio soñado y libre por cada ser que lo habita. Se observaban tiburones de diferentes tamaños, peces de todos, rayas, mamás manatíes con sus crías, algo que yo no había visto nunca. La calle se veía tan sola pero tan tranquila, el afán que la entristecía no estaba.

 

La escuela, el colegio, la academia, la universidad, el jardín, la guardería, cualquier nombre que reciba la institución educativa también se quedó sin alma, sin sus estudiantes, sin sus profes, sin las comunidades que las habitan, pero ¿saben? no ha sido tan malo, nos obligaron a reinventarnos, a crecer, a pensar aún más o mejor, de verdad, en los estudiantes que ahora  no estaban en el colegio pero si estaban estudiando, nos obligaron a pensar más o mejor, de verdad, en sus familias, estamos de manera virtual  más cerca a cada una y nos vemos casi todos los días, pensamos: cómo la estarán pasando, sin trabajo, sin recursos tecnológicos (para la clase), quizá sin comida?... Nos movilizamos ayudar, y yo, aun estando lejos, hice lo que tenía que hacer… no importó la distancia, las familias también hicieron cordones de solidaridad y se ayudan mutuamente, compartieron lo poco o mucho que tenían (transformación covidiana) Descubrimos juntos que tenemos un gran corazón y que hemos construido la familia de transición 6.

 

El confinamiento a raíz del Covid-19 ha puesto a las familias en una situación fuera de serie, la de pasar las veinticuatro horas juntos, en una casa, en un apartamento de dos, tres o una habitación; o en una misma habitación, donde también está el baño y la cocina, comparten hasta la misma cama. Una situación agobiante y dolorosa pero, también, una oportunidad de pasar un difícil examen familiar en el que no hace falta sacar un sobresaliente: con un aprobado, basta. A veces una mamá sola con más de dos hijos, un padre solo con sus hijos o los dos con varios hijos, o la abuelita que tiene que cuidarlos porque ya no están mamá y papá… Meses en casa (lugar que se habita) con los hijos. Ejerciendo de padres y madres las veinticuatro horas del día. Y ahora los padres, madres y cuidadores ayudando a los profes con las clases, reforzando las actividades y conocimientos.  Sin apenas poder salir (a menos que tengas que hacerlo para llevar el pan a tus hijos) y con la incertidumbre sobrevolando nuestras vidas.

 

Acá se hace eminente la transformación Covidiana (Término inventado por mi) puesto que la situación nos obliga a cambiar drásticamente y rápido de ritmo de vida. Nos cuesta y nos costará, más ahora cuando todos vivimos la vida de una manera en la queremos todo y  nos gusta gastar y darnos gusto (el consumismo)… Esta nueva realidad nos ha enseñado a vivir  bien con lo que tenemos, a disfrutarlo, a darle gracias a Dios, a la vida, al universo, al Ser Supremo por cada día que respiramos, volvimos a darle el valor al abrazo, a estrechar la mano del amigo, a estar cerca, a hablarnos al oído, a reunirnos para celebrar la vida, su inicio, su continuidad o su final…La Tierra volvió a respirar, retoñó,  la vida que ella habita se liberó.

 

¡Todo cambió para mejorar, con sus ires y venires, con sus más y menos, con el dolor por la pérdida de tantos seres humanos, valiosos, todos hemos aprendido una lección diferente de vida y para la vida!

 

Como decía mi abuelita Tita: “mi amor, hay que darle la vuelta al pastel”, hoy sí que entiendo esa frase, no nos podemos quedar llorando sobre todo el dolor de la humanidad, quizá se necesitaba algo tan horrible como esto para darnos cuenta de que nos necesitamos como seres humanos, que necesitamos la familia, (como sea, pero es la familia), que necesitamos la tierra, que necesitamos valorar lo que nos rodea…Valorar la vida…. Por natural que sea, hay que cuidarla, hay seguir con la transformación Covidiana, que no se nos olvide la lección.

 

[1] Tomado de: https://gacetamedica.com/politica/el-coronavirus-declarado-oficialmente-como-pandemia-por-la-oms/

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